
La decisión de Renfe, rebautizada ahora como Adif en aras de la privatización del sector ferroviario, supone en la práctica un incremento de las tarifas de transporte y un trastorno en la rutina de trabajo de miles de usuarios que, a buen seguro, repercutirán negativamente en la economía de la comarca.
Este es el último capítulo de un rosario de afrentas y trágalas en el que no han faltado ni la supresión de los antiguos modelos por ese trenecillo de la bruja que es el S-104; ni las continuas subidas de precios, en algunos casos por encima del IPC; ni las suspensiones arbitrarias del compromiso de puntualidad; ni la pertinacia de esas misteriosas huelgas intermitentes que duran años y de las que apenas se informa a los usuarios. Mientras, en esta España de progres de alta costura, nos siguen vendiendo la moto del transporte público como solución a los problemas medioambientales y como elemento vertebrador de los territorios. Permítanme que muy educadamente me parta el ojete.
El AVE, el tren picudo, el pajarete del progreso, amenaza con frotarnos el hocico con amargas hieles. Al fin y al cabo, la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Y por soñar, soñamos durante 10 años hasta con un cercanías de lujo que ofrecía unas verdaderas prestaciones dignas de un servicio público. Era como el metro de Moscú: lujo al servicio del proletariado con envidiables descuentos y ventajas que facilitaban la movilidad laboral. Era como un Clavileño de tecnología francesa que te llevaba en un pispas al currelo o a la fiesta, al médico o al administración. Claro que esto se tenía que acabar, porque: ¿a cuento de qué tanto emperifolle y tantas facilidades? ¿Acaso nos faltan autovías y autopistas, amén de otras infraestructuras que nos han colocado en la cabeza del progreso? ¿Y acaso, señores míos de mis entretelas, los sueldos no nos permiten precios aún más altos, y nuestros trabajos, continuos cambios de horarios para atender a los caprichos de la Unidad de Negocio de AVE? El chollo se tenía se acabar porque pudiendo hacer las cosas mal, pudiendo complicar la vida al prójimo, ¿para qué las vamos a hacer bien? Empeoremos, empeoremos las condiciones y despertemos del sueño. Bienvenidos a bordo, parias del mundo, famélica legión.
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