Aunque a estas alturas pudiera parecer lo contrario, esta serie de novelas históricas es todavía un espejo burlón que nos devuelve la imagen de nuestra sociedad, pavoneada en su modernidad, en su soberbia de democracia adulterada, en sus artificiosos avances de .com, pero con los mismos vicios y virtudes que los antiguos mundos a los que mira por encima del hombro.
En el primer volumen de la magna serie, "Trafalgar", Gabriel de Araceli comienza a relatarnos su epopeya particular en una España que aún se viste de chula, un país de torerillos y gañanes, de casacones empolvados de rapé, de pelucas rizadas y amanerados señoritos con sombreros de tres picos, de caballeros hasta la muerte y duelos de honor...
Pero también un país donde los tipos y escenas no distan demasiado de los nuestros, donde medran el arribista, el trepa y el oportunista; donde la mediocridad se agarra a los faldones de un poder que fagocita a sus ciudadanos para, una vez digeridos, escupir sus huesos en las cloacas de la indigencia.
Con Trafalgar comenzamos a intuir por qué Galdós ha sido el mejor radiólogo de nuestras almas. Aquí comienzan a retratarse héroes y valientes, los que nos venden la moto y los que se juegan el tipo, los listillos y los pringaos; los codiciosos y los desprendidos...
Trafalgar, representación dieciochesca de una España que añora su grandeza colonial mientras arrastra las cadenas de su decadencia, posee mucho menos contenido crítico que el resto de los episodios galdosianos, aunque ya podemos encontrar el embrión del escalpelo histórico. El trasfondo político está aquí velado por el humo de la pólvora; manchado por la sangre que resbala, impetuosa, en la cubierta de los buques. La ineptitud de los gobernantes está señalada por una pesadilla de cañonazos, metralla, amputaciones y descuartizamientos, y denunciada por los alaridos de terror de quienes vislumbran a la Muerte en los abismos oceánicos.
Trafalgar, en fin, es sólo el entremés de una eterna tragicomedia que se alarga hasta nuestros días... Y de la que aún nadie ha visto el final.
Trafalgar, representación dieciochesca de una España que añora su grandeza colonial mientras arrastra las cadenas de su decadencia, posee mucho menos contenido crítico que el resto de los episodios galdosianos, aunque ya podemos encontrar el embrión del escalpelo histórico. El trasfondo político está aquí velado por el humo de la pólvora; manchado por la sangre que resbala, impetuosa, en la cubierta de los buques. La ineptitud de los gobernantes está señalada por una pesadilla de cañonazos, metralla, amputaciones y descuartizamientos, y denunciada por los alaridos de terror de quienes vislumbran a la Muerte en los abismos oceánicos.
Trafalgar, en fin, es sólo el entremés de una eterna tragicomedia que se alarga hasta nuestros días... Y de la que aún nadie ha visto el final.
3 comentarios:
Si sigo leyendo entradas como esta en tu blog no se como voy a hecer para leer todo lo que recomiendas. Buen comentario y ahora a conseguirlo. Si fueras vendedor de libros, seguramente serias rico, jajaja.
Un post verdaderamente interesante y, si me permites, muy inspirado. Hace siglos que no leo a Galdós y después de este análisis tuyo voy a tener que hacerlo. Es un escritor por el que siento una gran admiración. Saludos cordiales.
wuow!
tu si que sabes de todo ah
eres muy culto
que lindo asi =)
me llamo la atención Galdós, quisiera leer algo de él.
y si me falta "cien años de soledad" ya lo leeré.por ahora estoy con "el arte de amar" de Erich Fromm.
besitos joven
saludos!!
clau*
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