2.17.2009

El Gatopardo de Lampedusa: la eterna farsa de las revoluciones

El Gatopardo es una novela de desamparo y abúlica tristeza, como la de una señorita feúcha que, amargada en el despecho, se siente un miriñaque apolillado que nadie quiere lucir.

Giuseppe Tomasi di Lampedusa escribió a mediados del siglo pasado esta desengañada parábola de la lucha social, de la desesperanza vital y de la nostalgia por los escasos minutos de nuestras vidas en que somos (o fuimos) verdaderamente felices.

La canicular Sicilia del levantamiento garibaldino se dibuja como el mapa universal de la gran farsa de las revoluciones: cambiar todo para que todo siga inalterado. Destruir el orden para erigir, sobre cadáveres de ojos vidriosos, un nuevo sistema de clases, quizá igual de injusto, igual de absurdo que el anterior.

El Gatopardo nos presenta el féretro de los ideales aristocráticos. Adiós al Nápoles de los Borbones. A los estucados de oro. Al rococó risueño. A los frescos de dioses paganos en los techos de los salones de baile. Languidecen las viejas castas de la monarquía española. El patético residuo del imperio mediterráneo es devorado por una burguesía, ni mejor ni peor que el antiguo régimen, encarnada en la ambición milenaria de quienes sólo miran las cosas por su valor económico, y no por lo que significan.

El nuevo mundo convierte los escudos nobiliarios en el decorado de una mojiganga, mientras las alcobas secretas de los palacios sólo están habitadas por los fantasmas de enamorados juguetones, pero atormentados en deseos nunca saciados.

Don Fabrizio es el último león de una dinastía de orgullosa fiereza en la que ya no cree. Ni siquiera ve en el resto de los hombres a compañeros de fatiga, sino a criaturas despreciables que se arrastran en el tórrido mediodía de su egoísmo, intentado aplastar a los que son aún más miserables.

Es duro, don Fabrizio, llevar la vida como una insatisfacción perenne, añorar los ojos de una dama muerta, el olor del mar en aquella mañana de 1860, el brillo de Venus en ese anochecer irrepetible de tus 30 años, ya tan lejanos. Es duro, Don Fabrizio, esperar a la muerte como si fuera una niña encantadora, tocada con su sombrerito de flores negras, que nos ofrece irresistiblemente su delicado guante de raso.

3 comentarios:

Isabel Barceló Chico dijo...

Una entrada realmente preciosa. Hace unos meses, en un programa de la RAI escuché a la nieta de Garibaldi decir que su abuelo se lamentaba profundamente del resultado de la revolución: no era eso, en absoluto, lo que él quería. Así de cruel es la vida muchas veces. Un abrazo.

Corto Maltes dijo...

Muy interesante la premisa de esta novela, vere si por estas tierras puedo conseguirla. Esto tiene pinta de literatura de la buena.

Anónimo dijo...

Interesante libro.